(Este post está dedicado con gratitud a los que dijeron «no podemos, pero vayan ustedes; aquí los esperamos».)
Cuando uno piensa en un «Gran Cañón» sin haber visitado antes uno, la expectativa es más por ver lo que uno ha oído hablar que lo que el mismo nombre proyecta.
Mi expectativa crecía conforme aparecían los letreros y tomábamos los caminos que ramificaban de la carretera rumbo al lugar.
Íbamos rumbo a Grand Canyon West. La llegada fue extensa y tediosa. Para llegar hay una subida eterna y después un largo y difícil camino de terracería.
Al llegar allá esperábamos algo así como un parque nacional al que pudiéramos tener un acceso semi-libre, pero en era un terreno «privado» manejado por la tribu Hualapai.
Nos cobraron como 50 dólares por un viaje en autobús a tres puntos para ver. Era «lo básico» y fuera de tomar eso no había modo de hacer algo más; o lo tomabas o era «gracias por participar». Entre que sí y que no, y que no todos traían dinero y ver si no era posible llegar por otro lado del Cañón, estaba atardeciendo y el camino sería demasiado largo. Total, algunos entramos y algunos se quedaron.
Y nos subimos al autobús y nos llevaron al primer punto, donde está el Skywalk. Por el precio del Skywalk optamos por no comprarlo. Aunque no dudo que sea una gran impresión, no fue necesario, pues bastante impresión me llevé con el simple pararme al borde del abismo.
La dimensión del espacio se pierde. Uno no sabe qué tan lejos es «lejos» hasta que dentro del cañón se ve pasar un helicóptero pequeñito donde parece que está al alcance de una patada de balón.
Ahí, distinguir lo que está en primero y segundo plano no se puede; todo parece un poster de dos dimensiones. Sólo moviéndose puede uno apreciarlo por las piezas de roca que se muevan más que otras, y muy apenas.
Y bueno, realmente no le envidiaba nada a la gente que estaba en el Skywalk.
Tomamos el autobús para ir al segundo punto. Este lugar está diseñado por la naturaleza para que te des una idea de lo que puede hacer contigo de un momento a otro. La vista es increíble y vimos una montaña de piedra que se confundía con el paisaje.
En la foto del centro (la original), el punto que no se ve, soy yo.
Nos dimos cuenta de que había gente en la punta de la piedra y que se podía llegar. Caminamos poco menos de 5 minutos y luego a subirla, casi escalarla.
Pero para mí, esto fue lo mejor:
Total, regresamos. Optamos por no ir al tercer lugar porque era el rancho Hualapai, los demás nos estaban esperando, y aún nos esperaba de regreso el camino de terracería.
En el camión de regreso veníamios cotorreando con el chofer, que era mexicano. Venían también unos gringos y el chofer les enseñó a cantar Guantanamera y nos puso a cantar la de Who Let The Dogs Out.
Y les grabé un 360°. 🙂